Qué rápido que pasan las cosas; qué rápido que se te van, sin querer, las cosas de las manos. Cómo de un día para otro las cosas cambian drásticamente y vos, parada ahí, quieta, inmóvil, sin un pelo fuera de lugar, ves como pasan frente a tus ojos y no podes evitar decir otra cosa más que - ¡Puta madre! -. Y por más que intentés verle el lado bueno, se te hace más complicado que tomar sopa con tenedor. Lo peor de todo es que incluso tenés la voluntad de pedir disculpas por los mocos que te mandaste, pero no tenés el coraje de soportar un - Yo te lo dije - o una puteada, o un - Me decepcionaste -. No podés permitirte que otro te diga que fracasaste, es decir, vos te das cuenta de que fracasaste, pero no hace falta que venga otro y te lo diga. Es mil veces mejor irte a dormir con la conciencia limpia de creer que el mundo te ve como una persona correcta que no se manda ninguna cagada. Y la realidad es que estás llena de defectos Gina. Tenés mil cosas que cambiar y otras tantas que mejorar. Y no lo admitís. Muchas veces sentís que podés hacer lo que quieras, que un número te da el permiso para hacer lo que se te pase por la mente. Y bueno, algún día te ibas a dar cuenta que es sólo un número; uno de los tantos que, inexorablemente, vas a conocer. Es una lástima que hayas tardado todo este tiempo en darte cuenta de que te equivocaste, y que ahora no puedas hacer nada al respecto. Te quedará sentir culpa y pedir perdón, esperar que vuelvan a confiar en vos, y portarte bien.
No comments:
Post a Comment