Tuesday, May 9, 2017

Tatuajes

No todo tatuaje está grabado en la piel.
Los más importantes son subcutáneos. Y duelen. 
Marcas, heridas que te dejan el tiempo, la experiencia, el amor, la pérdida y la paciencia.
Cuando el cuerpo, rígido y moldeado por las vicisitudes y alegrías que una vida llena de altibajos puede traer, se enfrenta a una nueva emoción. Eso deja una marca. Y cada una es inequívocamente distinta, como dos copos de nieve, o dos huellas dactilares. Ni un deja vú, ni la repetición monótona de una rutina.
Marcas intrínsecamente humanas, pertenecientes al comportamiento del hombre (y de la mujer) que nos otorgan un sinfín de melodías alegres y dramáticas, que llamamos días, y que quedan plasmados en la memoria en un orden completamente arbitrario, que depende solo del valor emocional y de la carga educativa que pueden contener. 
No vale lo mismo un rutinario y monótono lunes en la oficina que un domingo al sol, asado, el perfume de alguna flor, un libro y la familia. 
Si bien ningún lunes es igual a otro, en cierta forma lo son (todo esto es en el caso de trabajar en el ámbito administrativo, ¡qué aventura serían los lunes de tener una casa de té!), porque son los mismos horarios, las mismas pautas, las mismas (o casi las mismas) caras. Y a menos que suceda algún evento atípico, serán tan solo un lunes más.
Las marcas no provienen de esos días, (aunque pueden suceder un lunes). Heridas, besos o mordidas de la vida en la piel, en el corazón y el alma, que provienen de los momentos más aleatorios y poco planeados. Atacan como una bestia que se acaba de desatar de sus cadenas, y viene corriendo directo al cuello. Son impredecibles, incontrolables y renacentistas. 
Son estructurales. 
Los verdaderos tatuajes no son los que nos hacemos adrede, que dejamos ver, que llenamos de colores. Son los que nos hace la vida cada vez que nos golpea para enseñarnos, para acorazarnos, para debilitarnos. 
Y yo estoy llena de tatuajes.



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