
Me soplaba el viento en la cara y de lejos veía la luna acercarse al norte de mis ojos. Contemplé con delicadeza cada momento de las nubes, su danza irregular; sentada en silencio cada segundo que pasaba me rozaba los labios como un susurro irreverente. Desde allí arriba todo cabía en la palma de mi mano. Cada persona se hacía pequeñísima ante mí en ese lugar gloriosamente alejado del aire contaminado. Observé inconscientemente un punto fijo en el cielo, cómo intentando buscar algo que allí se posara, desde donde observase a todos por igual, pero sin suerte bajé la mirada y reconocí que cuando uno no siente la presencia de algo superior es imposible verlo donde se lo busca. A cuarenta y cinco grados del suelo comencé a sentir como la gravedad volvía a sostener mi cuerpo firme hacia el suelo y descubrí que al final soy yo quien lo maneja, dentro de los parámetros que una naturaleza, rígida y flexible a la vez, estableció hace milenios.
No comments:
Post a Comment