Tuesday, July 25, 2017

Ruido blanco.

Los días pasan, las semanas pasan, pero ese ruido continúa allí, como la señal molesta de un televisor viejo, que tal vez personas más adultas ya no sean capaces de oír. Es una frecuencia única e indescriptible, individual y constante que invade todo a lo que le presto atención.
El ruido blanco de mis pensamientos, aquellos que no quiero tener, pero tengo y me atacan como ondas electromagnéticas cargadas de angustia. Hasta desearía insonorizarme. 
Un eco, contundente y espectral en lo profundo de mi alma, que hace que mi mente no pueda apagarse ni hasta en sueños, que me lleva a la potencialización de cada casualidad, de cada cartel con su nombre, de las circunstancias y sonidos repetitivos que me hacen recordarlo.
Melodías, canciones que ya no puedo soportar por el peso que tienen, por la reverberancia intrínseca que cargan. Todo es eso, reverberancia del pasado. El rebote de ondas emitidas hace mucho tiempo, que me golpea el pecho hoy. Llegan tarde, tal vez, pero aún así lo hacen, y la intensidad con la que se imprimen en mí es la misma que con la que fueron emitidas.
He llegado desear construir una cámara anecoica alrededor de mi corazón, para evitar la llegada de cualquier ruido externo de este tipo (o de cualquier otro) pero no lo he logrado. Es permeable, perceptivo y capta frecuencias que hasta yo misma desconozco. 
Ese ruido blanco me perturba e invade mis oídos desde enero. Y no ha hecho otra cosa que mantenerme en vilo, pensando de qué manera bajarle el volumen para poder pensar en paz.

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