Monday, June 29, 2009

Locura.

Se despertó agitada, una lágrima de sudor frío corría por su frente y se le dibujó involuntariamente una mueca de dolor que rápidamente se transformó en un grito sordo. Las cinco de la mañana que marcaba el reloj despertador en brillantes números rojos y un horrible jueves en la mitad de un sueño completamente incomprensible le marcaron que debía despertarse. Ese momento de divagación nocturna era diferente a todo lo ya visto; se formaba y deformaba, crecía y se encogía, ella se mantenia en pie mientras muchos la apedreaban. Ella no era normal, se había criado bajo la sabia y vana experiencia de establecer métodos y filosofías de vida, muchas de las cuales, ella aún no se explicaba por qué, cobraban sentido incluso antes de llevarse a la práctica - debo ser educada, no debo dejar que el 'qué dirán' me afecte, nunca seré igual al resto, mantendré mi nivel de originalidad en su máxima exponencia - eran algunas de esas ideas que ella sabía que influían en su actuación cotidiana, pero nunca nadie le había escrito en un papel cómo llevar a cabo, y por más educación que la institución más prestigiosa o los padres más condescendientes pudieran darle, esos eran conocimientos que ella habría aprehendido por su cuenta, tomando de las enseñanzas que recibiera, los aspectos que ella creería prudente.
Lo que ella había aprendido, aquello que sabía, que daba por hecho, no era más que el conjunto de estudios que un autodidácta lleva en su bolso. Aprender a hablar, a escribir, a opinar y a guardar secretos, a cuidar y cuidarse, a manejar conflictos; ella conocia ya los métodos y los riesgos, pero desconocía cómo habría hecho para aprenderlos. Nadie se lo habría especificado; era obvio también que ella jamás se habría rodeado de libros de autoayuda ni habría osado preguntar sobre dichos conceptos para conocer cómo manejarlos.
Ella sabía, conocía, podía llevar a cabo acciones de las cuales no conocía el por qué ni el origen. Hasta llegó a compararse con las crías de tortuga marina que, sin saber por qué, nacían y se arrastaban como un reflejo innato, hacia el mar.
Desconocía el origen de su conocimiento, de sus estudios inconscientes, y esa noche más que nunca precisaba, deseaba, urgía saberlo. Incluso alienaba el por qué de semejante alteración ya que ese, como tantos otros aspectos de su vida, nunca le había generado intriga, no le llamaba la atención en lo absoluto. Quizá fuera el hecho de ser un día jueves, que no dice absolutamente nada, que se encuentra a la mitad de la semana y rara vez es de importancia. No es usual que sucedan eventos relevantes un día jueves. Al menos esa era su percepción acerca de esa jornada, que apenas empezaba y - matemática fría y pura - aún restaba el trayecto de diecinueve monótonas horas.
Diez minutos habrían pasado de las cinco y ella permanecía inmovil y agitada en su cama. De la misma manera que se había aventurado a investigar en silencio la razón de su conciencia repentina, ahora contemplaba minuciosamente esa habitación a oscuras de dos por dos metros que era pequeña, sí, para sus cosas, su ropa, su cama de plaza y media que a duras penas habría logrado atravesar la puerta, la ventana corroída que ocupaba un cuarto de la pared que daba al exterior, de la cual un arácnido madrugador colgaba cual trapecista buscando a tientas pequeñas gotas de agua; las luces de la avenida llegaban tenues a la habitación ubicada en un quinto piso, pero aún asi lograban apuntar con precisión a un lugar, una pequeña mesa de luz de los años ochenta - madera y metal - que sostenía sobre sí, un velador que ya no funcionaba, un vaso de agua, píldoras para calmar la ansiedad, un teléfono celular último modelo de esos que con un boton hasta se logra una comida gourmet y se puede hablar a la luna; y en un rincón a punto de caerse, se encontraba un cuaderno de hojas amarillentas a medio escribir, y tapa y contratapa de cuero.
Todos los adornos sin sentido, una cantidad notable de ropa pasada de moda, amontonada en una esquina de la habitación junto a la puerta, atocigada con fotogafías de caras sonrientes, algunas fuera de foco, otras corroídas por la luz, pero todas con la misma característica: conjuntos de chicas jóvenes, sonrientes, cigarrillos y alcohol.
De todos esos elementos que conformaban la integridad del cubículo, el único que realmente le habría llamado la atencion fue ese cuaderno añejo. Ella se acercó lentamente como felino que acecha a su presa, hacia la mesa de luz. La cama crujió, y entonces notó el vacío incontenible que le generaba el hecho de no compartir ese espacio con alguien más. Casi involuntariamente continuó su odisea hacia la mesa de luz. Estiró un brazo, el izquierdo; noto que temblaba, pero no era de frío, los nervios habian corrompido su ser, su mente y su tranquilidad. Tomó con cuidado ese libro vacío, con precaución; se sentía asustada. Por un momento desconoció lo que al abrirlo descubriría lo que parecía ser su Diario, un jornal, una agenda y un confesionario; una máscara de oxígeno y una cámara de gas. Aquel elemento que posaba inerte en la habitación a oscuras y rodeado de cosas sin sentido sería el gatillo que iniciara la reacción en cadena de pensamientos, ideas cuerdas y trascendentes, sueños, fantasías y mentiras bien manipuladas, que inconscientemente y dentro de su mente femenina de diecisiete años de edad, comenzarían con la generación de hipótesis, prueba y error, lucha interna, cambios bruscos de planes, movimientos silenciosos e involuntarios de su cuerpo que acabarían por acercar la mano a un bolígrafo que casualmente se encontraba reposando en el mismo lugar que el Diario, como si estuviera plantado ahí, de manera casi predictiva, y le ocasionara a ella la necesidad imperante de comenzar a escribir. Lentamente su mano izquierda había cambiado el cuaderno por el bolígrafo, y el primero se encontraba recostado sobre la almohada. Ella comenzó a escribir, no sabía qué, porque escribía a oscuras, pero ella dibujaba letras, números, había descubierto algo, estaba encaminándose hacia la respuesta, la razón de su vigilia esa madrugada. No le llevó mucho tiempo completar la búsqueda; de un momento a otro los ojos se le abrieron, las pupilas se le contrajeron, como si un haz de luz las hubiera penetrado, y ella lenta y progresivamente en el lapso de diez segundos, una década de ínfimos momentos que el reloj despertador no llego a marcar, ella descubriría con asombro y miedo, tristeza y excitación que realmente se habría vuelto loca. Ellos la habían vuelto loca. Todas sus fobias, sus miedos tenían explicación, sus manías y costumbres, su forma de ser, de actuar y hasta de moverse, se habría visto influenciada por los otros.
Queriendo ser original acabó por imitar a aquellos que inocentemente creyeron estar haciéndole bien al no querer dejar que se lastimara. Pero en realidad, ahora ella notaba que hubiera sido mucho mejor equivocarse y aprender, que vivir de teorías, alimentarse de experiencias ajenas e intentar vivir con la culpa de evitar situaciones que pudieran conllevar a la decepción y frustración que acarrea algo mal hecho. Ella estaba loca, dentro de sí estaba fuera, y no había nada que nadie pudiera hacer para ayudarla; ya estaba pasada de vueltas, hasta su sueño se hallaba corrompido. No había vuelta atrás. De ahi en adelante ella tendría que aprender a vivir con su locura, sus manías, que a decir verdad nunca habrían sido suyas, si no imágenes de otros reflejadas en un mismo espejo, que la integraba a ella. Al fin y al cabo, contempló que nadie es completamente original a menos que viva solo, y es una realidad que solo, no se puede vivir, por lo tanto, siempre algo nuestro habrá sido de otro en algún momento. Ella está loca, de amor, de pasión de nervios y ansiedad, de miedos y de angustia, de risa, llanto contenido y ganas de dormir. Lo único que quiere ahora, es dormir. Hasta perdió el apetito. Con calma recostará su cabeza en la almohada una vez mas, y a los quince minutos de las cinco de la mañana, un jueves veinticinco de junio, ella solo querrá dormir en paz, y con suerte despertarse en un lugar mejor.

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