Te miran como despreciándote cuando los ves por la calle, creen que eres distinta a los demás, que te llevas el mundo por delante. Tienden a decir que eres diferente si no sigues el patrón. Existe ya un manual que especifica hasta de los detalles más pequeños la decoración. Ya no eres ni crees, ni dices, ni escuchas; ya no vives. Eres obra de un superior que te ha creado, debes respetar las reglas, mantener el equilibrio, jamás salir de lo que, ellos dicen, es la normalidad; pues claro, quizá sea normal, pero quién puede, dime, ¿¡quién!? decirte qué es normal y qué no.
Ni los mismos mandamientos especifican cuáles son los aspectos que involucran esa normalidad de la cual tanto se habla. Se supone que naces sabiéndolo, que son conocimientos genéticos. Es mucho más sencillo dejarnos evolucionar con la ilusión de saber todo, y luego sentarse y admirar la forma en la que nos golpeamos y nos lastimamos intentando crecer. Claro, siempre fue más fácil dejar que el otro experimente para luego castigar aquello que esté fuera de lo normal. Hay tantas diferencias que nunca se va a poder encontrar un patrón, un modelo a seguir, se ha vuelto completamente imposible establecer planteos que diferencien lo normal de lo anormal, lo formado de lo informe y de lo inexistente. Hay tantas formas de pensar, de hacer y decir, de vivir, como personas en la tierra; es un hecho.
Quizá otros no lo notan pero eres tú la que tiene que lidiar con el - ¿Por qué no puedes ser normal como los demás? - de tus padres, de tus conocidos que declaran que eres diferente. Siempre se habla de discriminación racial, xenofobia, hechos cotidianos que demuestran que las diferencias son motivo de problema; pero qué sucede, si siendo igual a todos, pasando desapercibida, sin hacer nada que declare que eres distinta, aún te lo presentan, aún así te marcan que no eres igual a los demás, ¡pero que debes serlo! No es una opción, según ellos ya es una obligación, ser normal o morir en el intento.
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